Iba llegando la hora de voltear las tazas, cerrar la caja y enterrar al muerto. El caminaba por un pasillo al revés, en la dirección contraria, alejándose del sitio que le esperaba, se alejaba de donde debía ir. Empezó a sentir las voces que todos sienten, pero con palabras mas lejanas: "Lo mataron a tiros y por la espalda", "Te respiro en la nunca, te hago pasar cadáver como si fuera gente viva". En lo llano sentía mucho dolor, pero la rabia le ganaba.
Cuando alguien miente lo sabes, y él decía muchas palabras juntas, ràpido, y las repetía, como si intentaba recordar lo que dijo, recién inventado para creérselo y recordarlo. La madre le preguntaba, le entrevistaba el alma confusa. Y él le contestaba con la melodía del respeto machista, como a la maestra la pregunta de los padres de la patria, vaceaba un almacen de párrafos sin ningún sentido, porque dentro suyo, allí la verdad era otra.
A Gesualdo lo mataron, nadie sabe bien porqué, pero como muerto exigía un respeto que en vida jamás obtuvo. Su muerte era el melodrama, un capítulo de punto y aparte de lo que realmente se mereció siempre. Por eso él está ahí, por lo que imaginó que sería, por lo que no será, por la bandera de familia - de sú familia- en el ataud.
A dos esquinas del lugar, le encienden velas a un muerto, y el real genocida camina empuñando la bala y el disparo, incrédulo, ateo y fuerte. Va creciendo Juan María González en en la senda de un barrio de Nagua. Ahora con un primo muerto. Le mataron al decente. La impunidad le tiende su enorme cobija, y lo resguarda. "Mata ahora" le dice y se acredita en sus santos. Lo raro, lo realmente raro, es que antes de morir a manos de otro hermano, el primo le rezaba al mismo santo.
Cuando alguien miente lo sabes, y él decía muchas palabras juntas, ràpido, y las repetía, como si intentaba recordar lo que dijo, recién inventado para creérselo y recordarlo. La madre le preguntaba, le entrevistaba el alma confusa. Y él le contestaba con la melodía del respeto machista, como a la maestra la pregunta de los padres de la patria, vaceaba un almacen de párrafos sin ningún sentido, porque dentro suyo, allí la verdad era otra.
A Gesualdo lo mataron, nadie sabe bien porqué, pero como muerto exigía un respeto que en vida jamás obtuvo. Su muerte era el melodrama, un capítulo de punto y aparte de lo que realmente se mereció siempre. Por eso él está ahí, por lo que imaginó que sería, por lo que no será, por la bandera de familia - de sú familia- en el ataud.
A dos esquinas del lugar, le encienden velas a un muerto, y el real genocida camina empuñando la bala y el disparo, incrédulo, ateo y fuerte. Va creciendo Juan María González en en la senda de un barrio de Nagua. Ahora con un primo muerto. Le mataron al decente. La impunidad le tiende su enorme cobija, y lo resguarda. "Mata ahora" le dice y se acredita en sus santos. Lo raro, lo realmente raro, es que antes de morir a manos de otro hermano, el primo le rezaba al mismo santo.
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